Este es un Programa Sacramental de Pascua. Cuenta con algunos pequeños mensajes y varios números musicales. Si en sus barrios nunca lo hicieron, es muy parecido a Música y Palabras de Inspiración de la Conferencia General. Recuerden que deben seguir las normas de la Reunión Sacramental de la minuta y este programa inicia luego de la Santa Cena. No pueden usarse disfraces, ni ayudas visuales.
En la página oficial de la Iglesia dice:
¿Cuáles son las normas en cuanto a las cantatas para las reuniones de Pascua y de Navidad?
Si se presenta un programa musical, este debe ser sencillo, reverente y lo suficientemente breve para dejar tiempo para un mensaje. Las reuniones sacramentales no se deben delegar a grupos musicales externos. En la reunión sacramental no son apropiados los recitales, los conciertos ni los espectáculos musicales” (véase el Manual 2, 14.4.4).
Y también dice:
Los Santos de los Últimos Días llevan a cabo los servicios dominicales de la Pascua de Resurrección, pero no siguen las prácticas religiosas del Miércoles de Ceniza, la Cuaresma ni Semana Santa. En los servicios de la Pascua SUD tradicionalmente se repasan los relatos de Cristo del Nuevo Testamento y el Libro de Mormón sobre la crucifixión, Su resurrección y los acontecimientos relacionados. Para estos servicios, a menudo las capillas se decoran con azucenas blancas y otros símbolos de la vida. Con frecuencia, los coros de barrio hacen una presentación de la Pascua de Resurrección, y las congregaciones cantan himnos sobre la Pascua. Como en los servicios de los demás domingos, los emblemas de la Santa Cena se reparten a la congregación.

Programa Sacramental de Pascua de Resurrección
Relator: Durante la última semana de la vida del Salvador, muchos de los judíos a Su alrededor participaban de las festividades de la Pascua. Preparaban alimentos, entonaban cánticos y se reunían para recordar la liberación de la casa de Israel del cautiverio en Egipto. Las familias escuchaban la historia del ángel destructor que había pasado de largo por las casas de sus antepasados que habían marcado sus puertas con la sangre de un cordero. En medio de estas celebraciones ricas en simbolismos de liberación, relativamente pocas personas eran conscientes de que Jesucristo, el Cordero de Dios, iba a librarlos de la esclavitud del pecado y la muerte mediante Su sufrimiento, Su muerte y Su resurrección. No obstante, hubo quienes reconocieron a Jesús como el Mesías prometido, su Libertador eterno. Desde aquel día, los discípulos de Jesucristo han dado testimonio a todo el mundo de “que Cristo murió por nuestros pecados … ; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día” (1 Corintios 15:3–4).
Número Musical: «Himno de la Pascua de Resurrección» Himnos 121
Relator: Hoy en día la llamamos la “Última Cena”, pero no sabemos si los discípulos de Jesús se daban cuenta, cuando se reunieron a celebrar la fiesta anual de la Pascua, de que esa sería su última comida con su Maestro antes de Su muerte. Jesús, sin embargo, sabía “que su hora había llegado” (Juan 13:1). En breve, se enfrentaría al sufrimiento del Getsemaní, a la traición y negación de Sus mejores amigos, y a la agonía de la muerte en la cruz. Mas a pesar de que todo eso era inminente, Jesús no se centró en Sí mismo sino en ministrar a Sus apóstoles. Con humildad, Él lavó sus pies. Les enseñó acerca del amor; y les aseguró de que, en un sentido, Él jamás los abandonaría y que ellos nunca debían apartarse de Él. Los discípulos de entonces y los de ahora hallan solaz en Sus promesas: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14:18). “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Juan 15:10).
Número Musical: «Cuán grato es cantar loor» Himnos 106
Relator: Solamente hubo tres testigos terrenales del sufrimiento de Jesucristo en el Jardín de Getsemaní; y ellos estuvieron dormidos la mayor parte del tiempo. En ese jardín y, más tarde, en la cruz, Jesús tomó sobre Sí los pecados, los dolores y los sufrimientos de cada persona que jamás haya vivido, aunque casi nadie de los que vivían en aquel momento eran conscientes de lo que estaba pasando. Entonces, los acontecimientos más importantes de la eternidad suelen ocurrir sin recibir mucha atención del mundo. No obstante, Dios el Padre sí estaba al tanto. Él escuchó las súplicas de Su fiel Hijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22:42–43). Aunque no estuvimos presentes para atestiguar ese acto de altruismo y sumisión, en cierto modo, todos nosotros podemos ser testigos de la expiación de Jesucristo. Cada vez que nos arrepentimos y recibimos perdón de nuestros pecados, y cada vez que sentimos el poder fortalecedor del Salvador, podemos testificar de lo que ocurrió en el Jardín de Getsemaní.
Número musical: «Getsemaní» Versión Simplificado en la Liahona Marzo 2018
Relator: Después de la agonía de Getsemaní, agotado y sin fuerzas, fue apresado por manos ásperas y rudas, y se le llevó ante Anás, Caifás, Pilato y Herodes. Fue acusado y maldecido. Los despiadados golpes debilitaron aún más su dolorido cuerpo. La sangre surcó su rostro cuando se le puso forzadamente en la cabeza una vil corona de espinas que desgarró Su frente. Y entonces, una vez más, fue llevado ante Pilato, quien cedió ante los gritos de la iracunda multitud: “¡Crucifícale, crucifícale!”.
Se le fustigó con un azote de múltiples tiras de cuero en las que se entrelazaban metales y huesos filosos. Al levantarse de la crueldad del azote, con pasos vacilantes llevó su propia cruz hasta que no pudo avanzar más y otra persona llevó la carga por Él.
Finalmente, en un cerro llamado Calvario, mientras los seguidores lo miraban impotentes, Su cuerpo herido fue clavado en la cruz. Sin piedad, se burlaron de Él, lo maldijeron y lo escarnecieron. Y aún así, él clamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
En cada palabra y en cada acción, Jesucristo ejemplificó el amor puro, lo que el apóstol Pablo llamó caridad (véase 1 Corintios 13). En ningún momento, esto se hizo más evidente que durante las horas finales de la vida terrenal del Salvador. Su majestuoso silencio ante quienes lo acusaban falsamente demostró que Él “no se irrita” (1 Corintios 13:5). Al haber estado dispuesto a someterse a los azotes, las burlas y la crucifixión —mientras refrenaba Su poder para dar fin a Sus tormentos— demostró que Él “es [sufrido]” y “todo lo sufre” (1 Corintios 13:4, 7). Su compasión hacia Su madre y Su misericordia hacia quienes lo crucificaron —incluso en medio de Su incomparable sufrimiento— revelaron que Él “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5). En Sus últimos momentos en la tierra, Jesús seguía haciendo lo que había hecho a lo largo de Su ministerio terrenal: enseñarnos por Su ejemplo. Efectivamente, la caridad es “el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47).
Numero musical: «Mandó a Su Hijo» Canciones para los niños 20 | Interludio | «Asombro me da» Himnos 118
Relator: Las agonizantes horas pasaron mientras Su vida se consumía; y de Sus labios resecos procedieron las palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”.
Librándolo de los pesares de la vida mortal la serenidad y el solaz de una muerte misericordiosa, Él regresó a la presencia de Su Padre.
A último momento, el Maestro podría haberse vuelto atrás; pero no lo hizo. Pasó por debajo de todas las cosas, para que pudiera salvar todas las cosas. Después, Su cuerpo inerte fue puesto rápida y cuidadosamente en un sepulcro prestado.
Número musical: «Un lejano cerro fue» Himnos 119
Relator: Para muchos observadores, la muerte de Jesús de Nazaret puede parecer como un final irónico de una vida extraordinaria. ¿No fue este el hombre que levantó a Lázaro de entre los muertos? ¿No había resistido las amenazas de muerte de los fariseos una y otra vez? Había demostrado tener poder para sanar la ceguera, la lepra y la parálisis. Los vientos mismos y los mares le obedecían; sin embargo, allí estaba, colgado en la cruz, declarando: “Consumado es” (Juan 19:30). Debe haber habido algo de auténtica sorpresa en las palabras de burla: “A otros salvó, pero a sí mismo no puede salvarse” (Mateo 27:42). Aunque nosotros sabemos que la muerte de Jesús no era el final de la historia. Sabemos que el silencio del sepulcro fue temporal y que la obra de salvación de Jesucristo solo estaba comenzando. A Él no se lo halla hoy en día “entre los muertos” sino entre los vivos (Lucas 24:5). Sus enseñanzas no serían silenciadas, puesto que Sus leales discípulos predicarían el Evangelio en “todas las naciones”, confiando en Su promesa de que Él estaría “con [ellos] todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19–20).
No hay palabras en la Cristiandad que signifiquen más para mí que las pronunciadas por el ángel a las acongojadas María Magdalena y la otra María cuando, el primer día de la semana, fueron a la tumba para atender el cuerpo de Su Señor. Dijo el ángel:
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
“No está aquí, sino que ha resucitado”.
El élder James E. Talmage escribió: “Era Jesús, su querido Señor, a quien hablaba, pero no lo sabía. Una palabra de sus labios vivientes transformó su vehemente dolor en gozo extático. Jesús le dijo: ‘¡María!’ La voz, el tono, el tierno acento que ella había escuchado y amado en días anteriores la elevó de la profundidad desesperante en que había caído. Se volvió y miró al Señor, y en un arrebato de alegría extendió los brazos para estrecharlo, pronunciando una sola palabra de cariño y adoración, ‘Raboni’, que significa mi amado Maestro”
Nuestro Salvador volvió a la vida. El acontecimiento más glorioso, reconfortante y tranquilizador de la historia de la humanidad se había llevado a cabo: la victoria sobre la muerte. El dolor y la agonía de Getsemaní y del Calvario se habían borrado; la salvación de la humanidad se había asegurado; la Caída de Adán se había resuelto.
La tumba vacía de esa primera mañana de Pascua era la respuesta a la pregunta de Job: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”. A todos los que estén al alcance de mi voz, declaro: si un hombre muriere, volverá a vivir. Lo sabemos, pues tenemos la luz de la verdad revelada.
Número musical: «Cristo ha resucitado» Himnos 122
El 6 de abril de 1985, 13 días antes de su muerte, Bruce R. McConkie, un apóstol del Señor Jesucristo, pronunció un testimonio conmovedor. Estaré leyendo parte de su mensaje:
«Su expiación fue el acontecimiento de mayor trascendencia que ha ocurrido o que jamás ocurrirá desde el alba de la Creación a través de todas las edades de una eternidad sin fin.
Es el acto supremo de bondad y gracia que solamente un dios podría realizar. Por medio de la Expiación, se pusieron en vigor todos los términos y condiciones del eterno plan de salvación del Padre.
Mediante ella, se llevan a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, y toda la humanidad se salva de la muerte, del infierno, del diablo y del tormento eterno.
Gracias a ella, todos los que crean en el glorioso evangelio de Dios y lo obedezcan, todos los que sean verídicos y fieles, y venzan al mundo, todos aquellos que sufran por Cristo y por Su palabra, todos los que sean hostigados y azotados por la causa de Aquél a quien pertenecemos, todos llegarán a ser como su Hacedor, se sentarán con Él en Su trono y reinarán con Él para siempre en gloria sempiterna.
Número musical: «Yo sé que vive mi Señor» Himnos 73
